Relato: Mi primera vez como mujer trans en la playa

Por Láurel Miranda - México

Jueves, 20 de junio de 2024

No creo estar mintiendo si digo que para la mayor parte de mujeres trans se trata de todo un reto, y una afrenta, la primera vez que vamos a la playa luego de emprender la transición. Si ya el socializarnos, habitar y vestir nuestro cuerpo en la ciudad, resulta por momentos complicado y confrontante, la idea de ir a la playa y lucir un traje de baño implica algo así como una mezcla de emociones entre emoción, furor, terror y angustia.

Hace unas semanas un grupo de amigxs queer me invitó a celebrar el cumpleaños de uno de ellos a Zipolite. De inicio dije que sí, por ser cortés, pero luego pensé en todo lo que ello implicaría: debería ir por primera vez en mi vida a comprar un traje de baño, tal vez probármelo, o tal vez simplemente elegirlo a ojo de buen cubero. Aunque para las mujeres cis leer esto pueda parecer una ridiculez, se trata de un pensamiento que inmediatamente me bajó la energía y me hizo notificar a mis amigxs que, finalmente no iría.

Pasó una semana más en la que me reuní con ellxs, en la que me insistieron y en la que, al calor de unos tragos, decidí tomar el riesgo y, aquella misma noche en la que nos vimos, compré mi boleto de avión. “Ya luego resolveré lo del traje de baño y mis problemas mentales con mis piernas y mi cuerpo en general”, me dije.

Y así fue. Debo decir que la experiencia de comprar traje de baño fue la cosa más sencilla y feliz que haya podido realizar en los últimos meses. Creo que en gran medida se debe a que estoy a poco menos de un mes de cumplir un año en mi tratamiento de reemplazamiento hormonal (TRH) y en las tiendas departamentales ya todas y todos los empleados me leen como lo que soy: una mujer. Ya no hay —como hubo antes— miradas extrañas ni desconcierto cuando veo la ropa de mujer, ni cuando deseo probármela. Eso me facilitó mucho elegir tres modelos: dos trajes de baño completos, uno negro y otro rojo, muy al estilo Baywatch, y uno verde que, a decir verdad, no me creía capaz de lucir por ser de dos piezas.

Ya en este punto ustedes se preguntarán: “bueno, ¿cuál es el problema de usar un traje de baño? Bien, pues creo que para todas las mujeres, atravesadas como estamos por un montón de expectativas sociales respecto a la figura de nuestros cuerpos, la preocupación no debe resultar del todo ajena. Pero, por otro lado, vivimos tiempos en los que el feminismo y la cultura del “body positivity” nos han invitado a amar y lucir con orgullo nuestros cuerpos. ¿Entonces? ¿Cuál es el problema, Láurel?

Respondería que problema, como tal, no hay. Pero ser mujer trans te expone, en la parte personal, a una posible disforia de género al ver que tu cuerpo no corresponde a ese “cuerpo meta” que has trazado en tu mente. Y no, no es lo mismo dismorfia corporal que disforia de género, así que aquí no funciona mucho el clásico y certero consejo que dicta que debemos aceptar y abrazar nuestros cuerpos tal y como son. Por otro lado, en la parte social, ser mujer trans te expone a una serie de expectativas por parte de la sociedad, que te condena y malmira si descubre que eres una mujer trans, y que primero se sorprende, y luego te juzga, cuando primero da por hecho que eres una mujer cisgénero, pero luego “descubre” que tu cuerpo no es lo que esperaba. Más aún en una playa nudista, como Zipolite.

Llegamos un jueves. La temperatura, como era de esperarse, era insoportablemente calurosa, así que pronto me hice a la idea de que tendría que deshacerme de la ropa de ciudad y comenzar a usar todas esas hermosas prendas que había comprado para la ocasión. Tras llegar al hotel, me puse el traje de baño rojo y debo admitir que para mi sorpresa me sentí más cómoda y hermosa de lo que había esperado. Me miré al espejo y, a pesar de no tener el volumen de piernas y cadera que me gustaría, encontré frente a mí a una mujer valiente, sonriente y que, por primera vez en su vida, estaba disfrutando su cuerpo y su estancia en la playa. Salí con mis amigxs y sus gritos de “¡Loba!” y “¡Eso, mamona!” no hicieron sino incrementar la euforia de género que ya me albergaba.

Lo que yo no veía venir, fue lo que ocurrió en las dos siguientes noches. Y es que, como ya les decía antes, apenas estoy por cumplir un año en TRH, así que la percepción que yo tengo de mí misma es que ni de lejos tengo “passing”, por lo que me impactó muchísimo cuando un recién conocido gay se mostró sorprendido sobre mi identidad de género. Y digo que me impactó, porque al viaje yo iba preparada para el escenario de las miradas raras de quienes nunca en su vida han visto a una mujer trans. Pero el escenario que estaba a punto de enfrentar era el contrario: miradas de sorpresa, y horror o desilusión, de quienes consideran que están interactuando con una mujer cisgénero para luego darse cuenta que no, que frente a sí tenían a una mujer trans.

El escenario se me volvió un poco más complicado y doloroso, debo decir, cuando en medio de una fiesta en la playa un sujeto comenzó a coquetearme y hacerme la plática. Estando en Zipolite, y siendo mi primera vez en la playa como mujer trans, yo solo quería pasar un buen rato y vivir todas las experiencias posibles, así que le seguí el juego. Más tarde me invitó a separarnos un poco del resto y caminar por la playa. Y así lo hicimos. Estábamos sentados frente al mar y, cuando él buscó besarme, le pregunté: “¿Estás consciente de que soy una mujer trans?”. Sus ojos de sorpresa (o de fingida sorpresa, ya no sé) fueron la respuesta. “No, no tenía idea. Eres muy bonita”, respondió. Porque, claro, las mujeres trans no podemos ser bonitas. Hubo un silencio incómodo, después del cual me preguntó: “¿Y ya te operaste?”. Sólo reí. Él insistió y entonces mi risa se volvió carcajada. Cuando una inicia la transición sabe que en algún momento de su vida tendrá que enfrentarse a situaciones o conversaciones incómodas como ésa y, sin embargo, no deja de ser bastante difícil el momento en que te toca vivirla. Quiero poder decir: “Soy yo, Láurel, qué más da con qué genitales nací”. Pero claro, el mundo, y particularmente los hombres cis heterosexuales, no lo ven así.

Por supuesto el romance de una noche de verano terminó con mis risas en medio del sonido del mar. Él me pidió retirarnos, no sin antes pedirme un favor: “No me gustaría que nadie se enterara de que estuvimos aquí”. Asentí mientras dentro pensaba: “¿De qué hablas?, todo el mundo notó cuando nos fuimos a solas. Y si lo que te preocupa es que le diga al mundo que te fijaste en una mujer trans, no sé qué diablos tienes en la cabeza” pensé.

Y bueno, creí que ésa sería la única anécdota desagradable del viaje hasta que, otra noche, un sujeto tuvo a bien decirme, a manera de conclusión sobre la imposibilidad de seguir el romance: “yo quiero tener hijos… no sé si sea la manera adecuada de decirlo, pero yo busco una mujer real”. Les juro que no pude sino reírme abierta y francamente porque era eso o entrar en cólera y eso a estas alturas de mi vida no me lo iba a permitir. Lamenté que su cerebro girara tan rápido como para pensar en un escenario con hijos… y que girara tan lento como para considerar que las mujeres trans no somos mujeres de verdad. Sólo me sonreí, brindé con él y me levanté a bailar “Fiesta” de Sentidos Opuestos: “Estrellas de una noche, no nos van a fastidiar”.

Por fortuna, nada de aquellas dos experiencias logró nublar la felicidad que me albergó al darme cuenta de lo bien que me sentía en mi propia piel y de lo hermosa que yo misma me veía al caminar sobre la arena, meter mis piernas al mar, o al disfrutar con mis amigxs. Porque sí, es cierto que la identidad de género y la expresión de género mucho tienen que ver con el cómo nos relacionamos con el mundo y la sociedad, pero tienen aún más que ver con la libertad de poder vivirnos, y habitar nuestro propio cuerpo, como queramos. Y este viaje a Zipolite me hizo confiar mucho más que nunca en mi valentía, saber que la euforia de género que ahora vivo me permite hacer frente a cualquier marea, por peligrosa o turbulenta que pueda ser.